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El Universo de nuestra Piel

El universo de nuestra piel

Descubre los Misterios y la Importancia Vital de Nuestra Piel: La Gran Guardiana de Nuestro Cuerpo y Alma

Miremos por unos momentos nuestra piel, regalémonos unos instantes para darnos cuenta de que sin ella no viviríamos ni tendríamos identidad. ¿Quiénes seríamos sin piel? ¿podríamos reconocernos? Adentrémonos en el Universo de nuestra Piel.

El daño de partes amplias de piel provocaría una deshidratación y pérdidas de líquido interno inmediata y grave, a su vez quedaría abierta la puerta a todos los patógenos, que entrarían sin impedimento alguno al interior de nuestro organismo, causando graves infecciones. Ambas causan a menudo un daño irreversible según la extensión dañada.
Pero observa la piel de tus brazos, manos, tus huellas dactilares, únicas en el mundo, con esas espirales, surcos, valles y crestas. Una maravillosa y enigmática obra de arte.

Nuestra piel está llena de misterios y mensajes por descubrir. Observemos nuestros dedos, con esa maravillosa flexibilidad. Sus pliegues, las zonas de roces. O la piel de nuestro rostro. Al mirarnos al espejo nos identificamos, sonreímos, cantamos, lloramos, y la piel nos acompaña en todos los movimientos para que sean posibles. La piel nos muestra nuestras heridas profundas pasadas, nuestro periplo vital. Si acariciamos nuestra piel con agradecimiento, es la piel de la mano que acaricia quien nos hace sentir ese cariño y admiración.

¿Sientes admiración por tu piel?  Ojalá, si no es así, que la sientas tras estas líneas. Es un canto de amor de tu piel hacia ti.

Nuestra piel, podríamos decir que es el órgano de mayor tamaño. Empecemos por la superficie más externa. Es la epidermis, una capa de células del grosor de una hoja de papel y que en tan pequeño mundo existe todo un viaje de ascenso. Una aventura de escalada suave. Pero, ¿Quiénes son las escaladoras de esta aventura?
Toda la epidermis consta de 4 capas diferentes de células, en las palmas de manos y pies son 5, tienen una capa más (estrato lúcido), pero ahora veamos progresivamente su mundo y vicisitudes

En la capa más profunda (capa o estrato basal) se halla un manto de células madre que emanan constantemente la transformación en células epiteliales, llamadas queratinocitos. Se llaman así por su composición de queratina, esta palabra proviene del griego y significa “cuerno”. La queratina forma las uñas, el cabello, también las garras y los cuernos de los animales. En éstos es tan dura como puedes imaginar, su dureza dependerá de las capas de queratina.

En esa capa profunda, basal, desde ese manto productor constante de células madre, se van transformando en células epiteliales con queratina en su interior (queratinocitos). Y llenas de vida “escalan” y suben a la siguiente capa o estrato espinoso. Lleno de células jóvenes, sanas y vigorosas, que se van uniendo entré sí por unas proteínas que las convierten en una red interconectada muy unida. A su vez producen diferentes tipos de grasas, lípidos, a modo de argamasa que les aporta fortaleza.

Epidermis, Formación

Después de un tiempo esas células siguen ascendiendo a la capa siguiente superior, la capa granulosa o estrato granuloso. Saben que su misión es proteger a todo el cuerpo y crear una barrera poderosa frente a posibles daños externos, así que cuando escalan a esta capa se van aplanando y extendiéndose, como si de una teja del mejor tejado construido se tratase. Suelta sus lípidos internos para que provoque unión con otras células también llegadas a esta zona, de modo que hace como de mortero para convertir la zona en infranqueable selectica. Pierde también su núcleo y muere, quedando con mayor dureza y resistencia, es su manera de convertirse en la mejor versión protectora a ese nivel.

Conforme las células de zonas profundas van ascendiendo, las de la primera capa, llamada capa o estrato córneo, la más exterior, va perdiendo células. Nuestras células escaladoras, ya muertas, pasan a la primera capa. Ahora están en la zona de protección máxima, conformando una muralla de protección de eficacia excepcional. Estas expertas escaladoras se van soltando progresivamente, poco a poco, ya sea por el roce con la ropa, rasguños, raspaduras, lavados, rascados etc. Y serán remplazadas por otras profundas que siguen su aventura y proceso de escalada. Constantemente, sin darnos cuenta, soltamos muchísimas células muertas de dicha capa, nuestro hogar está lleno de ellas, nuestra ropa, toallas. Cada día eliminamos más de un millón de células muertas. Ese polvo que vemos en casa contiene, en gran medida, dichas células de nuestra piel que, tras cumplir su función, dejan paso a otras que las sustituyan.

La epidermis posee, en todo su conjunto y su minúsculo grosor, entre 50 y 100 capas de queratinocitos. Cuando hay una zona de roce continuo, la epidermis nos protege aumentando en gran medida la producción de queratinocitos y se forma lo que llamamos “callo”, que es una hiperqueratosis defensiva.

Todo este viaje epidérmico dura aproximadamente 30 días, donde nuestra epidermis se renueva. Desde que una célula madre se trasforma en célula epitelial, asciende y se transforma, para hacer que podamos disfrutar de la vida sin preocuparnos por los agentes externos. ¿No es maravilloso este viaje protector de nuestra piel?

Los queratinocitos se producen en mayor cantidad durante la noche. Al igual que el resto del cuerpo, se regenera con el descanso nocturno. Nuestras escaladoras poseen un reloj interno, se comunican con nuestro cerebro (hipotálamo), sabiendo la hora y sincronizándose con él.

Cuando es de día la piel activa genes para preparar el cuerpo y estar más protegido frente a los rayos UV del sol u otros daños posibles. Algunos estudios (en las referencias) descubrieron algo sorprendente. Cuando cenamos tarde, nuestras escaladoras confunden el reloj biológico, la piel retrasa la activación de los genes protectores por la mañana. Estaremos pues, más expuestos a posibles quemaduras. Nuestra piel no se ha regenerado y preparado de manera óptima en el ciclo vigilia-sueño.

Y no sólo toda esta maravillosa inteligencia, además, la epidermis, en su zona media, contiene nuestras células del sistema inmune para avisar sobre la presencia de patógenos. Son nuestras vigías siempre en alerta, a estas células inmunitarias se les llama células de Langerhans (apellido del científico que las descubrió). Cuando aparece un patógeno, lo detecta, engulle parte del mismo, lo analiza por partes, en pequeños fragmentos y lo marca, avisando a las profundidades de la piel de qué tipo es, de modo que, si consigue atravesar la epidermis, las células inmunitarias profundas ya están preparadas para atacar con gran precisión. Estas vigías son apasionantes porque no sólo avisan al sistema inmune profundo de la piel. Si los patógenos pueden ser más agresivos o peligrosos, se llevan la información consigo, pudiendo viajar desde la epidermis hasta los ganglios linfáticos. Un viaje increíble, más allá de la piel, para que éstos produzcan rápidamente los medios de destrucción. La inmunidad interna se prepara por si consiguen entrar y pasar.   Un ejército de células vigilantes y mensajeras se coordina para marcar, avisar y viajar hacia los profundos caminos internos. Muestran el lugar exacto de la piel donde radica el problema y el tipo de agresor.    

 Las palmas de nuestras manos y pies, debido al constante roce, estiramientos y exposición a agentes externos, posee una capa más, llamada “estrato lúcido”, que se sitúa como segunda capa desde la superficie, entre el estrato córneo y el granular. Compuesto por células de queratinocitos muertos y que contienen una proteína transparente, de unión y fortaleza, llamada eleidina. Esta hace que esas zonas sean más resistentes a los posibles daños recibidos.

Nuestra epidermis, para cuidarnos, se convierte en impermeable y contiene también agentes antimicrobianos para enfrentar situaciones ante patógenos. Es alucinante que en el grosor de una hoja de papel haya tanta vida, sabiduría, amor y cuidado de todos los órganos internos.

El universo de nuestra piel

Al igual que el sistema digestivo, contiene una microbiota, con bacterias y otros organismos que no nos resultan patógenos y, al contrario, muchos de ellos pueden defendernos de infecciones. Esta flora en nuestra piel la compartimos con seres queridos, personas con las que convivimos o nos relacionamos, directa o accidentalmente. Y frecuentemente nos beneficia esa diversidad inofensiva.

Todo un mundo bulle en la capa más externa de nuestra piel. Podríamos agradecerle cuanto nos aporta. Es nuestra protectora general de todo el cuerpo, envolviéndolo como una caricia, de manera suave y adaptándose a nuestras necesidades.

Mirar nuestra piel, escuchar sus señales, cuidarla, es un gesto de amor y valoración hacia nuestra propia vida.

Podemos cerrar los ojos y acariciarla suavemente, detectaremos sus formas, valles y montañas. Sin la vista podemos detectar ese hoyuelo en la barbilla, esas formas del rostro o del resto del cuerpo. Esas suaves elevaciones venosas o caminos de nuestros tendones y músculos. Pero eso que consideramos habitual conlleva hermosos misterios para poder percibirlo. Podemos leer en braille, reconocer un rostro o percibir una mosca que se posa en nuestra piel, todo ello gracias a otros personajes de nuestra epidermis, ¿Quiénes serán?

En la zona más profunda epidérmica (capa basal), tenemos a 2 personajes más, a cuál más espectacular. Alojados junto a la capa de células madre, están dispuestos a cuidarnos y a conectar con el mundo.

Nos encontramos con las que podríamos llamar “nuestras células de conexión”. Detecta con precisión pequeñísimas vibraciones, formas, rugosidades y texturas. Son las células de Merkel (nombre de su descubridor) receptoras que envían la información a través de un nervio y que la llevará a alta velocidad hacia nuestro cerebro. Las yemas de los dedos contienen muchas, de ahí su gran sensibilidad. De forma redondeada y aplanada perciben el contacto con nuestro alrededor. En la epidermis tenemos estas, pero en zonas más profundas de la piel, que después veremos, hay 3 tipos más. Nos aportan el sentido del tacto.

Y en la misma zona hallamos a las “células de identidad de nuestro color de piel”. Nuestro bronceado natural. Son los meloncitos, células con forma de diminutos pulpos, con sus prolongaciones hacia las capas superiores de la epidermis. Nos ayudan a vivir en nuestro planeta soleado. Cuando llegan los rayos ultravioletas, los detectan y producen la melanina, pequeños pigmentos de color más oscuro que suben por las capas de la epidermis para que la proteja y refleje dichos rayos, (como la tinta del pulpo) Nuestra piel aparece bronceada, más morena, según la cantidad de tiempo de exposición al sol. Son las que producen nuestras pecas y lunares. También nuestras manchas (de todo ello hablaremos en un próximo capítulo).

Nuestro color de piel, de ojos o de cabello, dependen de estas creadoras del pantone de colores increíbles y variados. Angélica Dass, fotógrafa brasileña, elaboró un pantone de pieles humanas increíblemente hermoso. Su proyecto Humanae es digno de admiración.

Epidermis

Qué más encontramos en nuestra finísima capa protectora exterior? Los llamamos poros de la piel, pero ¿qué son? Pequeños huecos de salida, como de chimeneas, que emergen desde zonas más profundas que la epidermis y se abren paso para llevar cuidados hacia la superficie. Ahora veremos su origen.

Y ¿qué habrá bajo la epidermis? ¿Qué misterios nos esperan y qué mensajes podrán darnos? Viajemos hacia mayores profundidades en nuestra piel.

Debajo de la epidermis está lo que llamamos “dermis”, epidermis: encima de la dermis.

Las capas más profundas de la epidermis que hemos visitado no son planas, sino que adquieren una forma ondulada o dentada para evitar desplazamientos y asegurar la unión con la dermis. De modo que encajan entre sí como las piezas un engranaje perfecto. Además, existen unas proteínas que las anclan como agarraderas de seguridad por toda la zona.     

Nos adentramos en la dermis. La capa más gruesa de nuestra piel, con todo un mundo de personajes en acción. Es muy diferente a la epidermis. Las células que predominan aquí son los fibroblastos. Miremos hacia donde miremos en su interior nos encontraremos con columnas de colágeno por doquier, elastina, ácido hialurónico, glándulas sudoríparas, sebáceas, folículos pilosos, largos y abundantes vasos sanguíneos y linfáticos, profusas células inmunitarias y toda una red de terminaciones nerviosas que nos ayudarán a sentir y a comunicarnos con el resto del cuerpo. Estamos en una fiesta increíblemente atractiva.

Bajo el manto de las “células escaladoras” (epidermis), y protegidas por ellas, pueden desarrollar sus funciones de manera impecable las “células constructoras”.  Comencemos a conocer a sus protagonistas. ¿Qué misterios nos desvelarán?

Los fibroblastos son las células predominantes en la dermis. Y éstas son constructoras natas, proporcionando un tejido conectivo rico que da forma y esponjosidad a la piel. Fabrican colágeno y elastina, creando con ello columnas y redes, entretejidas y cruzadas. Estructuras maravillosas internas que admiraríamos con sorpresa, como si fuese un edificio al que entrásemos, majestuoso y lleno de vida. Con formas diversas que dan grosor, firmeza y elasticidad a la piel, bañadas en una matriz esponjosa y rica en alimentos, el ácido hialurónico. Están ahora construyendo y regenerando nuestra piel. Son nuestras amigas constructoras.

En la esponjosidad y belleza de la dermis nos encontramos con unas abundantes estructuras con forma de espirales (a modo de fideos enrollados), encargadas de mantenernos con vida. Son nuestras “salvadoras” que nos han permitido evolucionar. Muy a menudo olvidadas, incluso menospreciadas, nos aportan la clave para subsistir. Son las glándulas sudoríparas. Sí, nuestras salvadoras, pero ¿de qué modo lo hacen?

Nos encontramos con dos tipos diferentes de glándulas sudoríparas, llamadas ecrinas y apocrinas. ¿qué diferencia tendrán y qué maravilla nos aportarán?

Unas mantendrán nuestra temperatura corporal de manera viable con la vida (ecrinas) son nuestro termostato en acción, sin las cuales moriríamos cuanto que suba la temperatura exterior e interior. Sus tubos en espiral se abren paso y ascienden hasta la epidermis, como la salida de una chimenea, para formar en ella “los poros” por los que saldrá el sudor. Su composición es inodora e incolora, emanando agua y sales.

Epidermis

Las otras (apocrinas), de composición más aceitosa, se encuentran en las axilas, pezones e ingles. Tendrán funciones alucinantes para las relaciones humanas y cuidado de la piel. Sus pequeños tubos ascienden, pero no desembocan por toda la epidermis como las ecrinas, sino que lo hacen en el conducto del folículo piloso, por donde asciende nuestro vello al crecer.

Las ecrinas son las más numerosas y extendidas por prácticamente toda la piel del cuerpo. Mantienen nuestra temperatura dentro de un rango viable con la vida. Si ellas no existieran no hubiésemos sobrevivido al calor. Nuestro cuerpo necesita una temperatura constante, en márgenes pequeños de variación. Cuando sube la temperatura el cerebro envía información por el sistema nervioso autónomo (inconsciente y automático) para avisar a las glándulas ecrinas, que se ponen en acción y eliminan sudor por toda la piel del cuerpo, de modo que esa humedad, al evaporarse elimina calor y baja la temperatura venosa que refresca por dentro. Es un mecanismo sabio y maravilloso que ha permitido a nuestra especie sobrevivir a lo largo de millones de años. Nos salvan la vida todos los veranos y días calurosos.

Hay mayor cantidad de ellas en las palmas de las manos y pies, pero éstas reaccionan más al estrés que al calor. Por eso cuando estamos en estrés nos sudan las manos y pies. Se considera un mecanismo defensivo ante posibles ataques y que aportan mayor agarre sobre las superficies. El sudor nos salva y nos defiende.

¿Y las apocrinas? Menos numerosas, producen una sustancia más aceitosa que, por una parte, cuida el cabello y la piel. Por otra parece contener sustancias parecidas a las feromonas en los animales, implicadas en la atracción y relaciones sexuales.

La próxima vez que sudes, acuérdate de todo esto, agradece a tu piel su protección.

Los folículos pilosos son como “nidos” donde nacen y crecen los vellos por la piel. A nivel evolutivo hemos perdido ese manto protector de pelo grueso y largo, pero, aun así, cuando hace frío, unos pequeños músculos erectores junto a cada folículo pilosos se contraen, haciendo que se nos ponga “la carne de gallina”, el vello se eriza y crea una ligera capa, que guarda el aire caliente, ayudándonos a mantener mejor temperatura..

En cada folículo piloso encontramos “las cuidadoras” del vello y de toda la piel. Las glándulas sebáceas. Con células llenas de lípidos que producen el sebo, para hidratar, como antioxidante e impermeabilizante. Aporta un ph adecuado protector ante patógenos y ayuda en la eliminación de células muertas.

También aparecen en nuestra dermis otros sofisticados personajes. Como una rica circulación sanguínea y linfática que aportan nutrientes y limpian todo el entorno. Un rico y poderoso sistema inmune, preparado con diferentes batallones especializados para eliminar cualquier patógeno que logre atravesar la epidermis. Son “células guerreras” especializadas, que no darán tregua ante las amenazas exteriores. 

Y no podemos olvidarnos de los tres tipos más de mecanorreceptores (sentido del tacto) distribuidos por la dermis. Nos hacen estremecernos, sentir la presión, un abrazo, coger objetos, un beso o un masaje relajante.  

En la superficie de la dermis encontramos los corpúsculos de Meissner, que perciben vibraciones y se adaptan pronto a ellas, por eso dejamos de sentir el contacto con la ropa tras vestirnos o un anillo en nuestro dedo.

En la parte media los corpúsculos de Rulfini, que detectan sobre todo el estiramiento de la piel en horizontal.

Y en las profundidades de la dermis hay minúsculas “cebollas” (por sus capas), llamados corpúsculos de Pacini, perciben todo tipo de presiones y vibraciones. Todo un mundo de contacto y experiencia con la vida.

La dermis se haya bañada por una red de ramificaciones nerviosas por toda su estructura que comunican con el cerebro y con el resto del cuerpo, así detectamos el dolor o lo placentero. No hay nada independiente en nuestro interior, todo es una gran “Red” interconectada, que coopera de manera admirable, dispuesta para ayudar en nuestra salud y equilibrio.

Y mientras todo esto ocurre, inconsciente a nuestra atención, podemos mientras leer un libro, hacer el amor, viajar, conversar o caminar. Nuestra piel se encarga de ayudarnos a sentir, protegernos con amor y exquisita eficacia.

Nos sumergimos y llegamos a otro espacio muy diferente a los anteriores. Es la hipodermis. Hipo: “debajo de”, estamos bajo la dermis. Un espacio donde reinan nuestros depósitos de energía, la grasa, sujetos por columnas de colágeno. Células lipídicas, que aportan volumen a nuestra piel, protección y aporte energético. Es lo que llamamos espacio subcutáneo, muy rico en vasos sanguíneos, por eso es un lugar estupendo para inyectar, por ejemplo, insulina u otros medicamentos. Si fuese una inyección más profunda sería ya intramuscular, ya que debajo de la hipodermis encontraremos nuestros músculos.

Cuando miremos nuestra piel, o cuando sintamos la vida a través de ella, recordemos el universo de personajes que contiene y cómo nos cuidan. Cuidémosla con el mismo amor.

Epidermis

Si quieres seguir profundizando sobre los misterios de tu cuerpo, te recomendamos otro post de Marta Ligioiz sobre el Olfato; Un maravilloso aliado para nuestro mundo emocional y cerebral.

Referencias:

Texto impreso:

  • Monty Lyman (2021) La extraordinaria vida de la piel. GeoPlaneta ciencia. (Excelente libro y apasionado dermatólogo e investigador)

Proyecto Humanae: Angélica Dass

  •  https://angelicadass.com/es/fotografia/humanae/

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